B@LEÓPOLIS
|
Ocurrió en Mallorca
El rastreador del Myotragus
Joan Pons durante una campaña de espeleología en 1973 en Escorca. | SHNB
La inmersión de Joan Pons en la ciencia fue un
proceso tan cuidadoso y escalonado como adentrarse en una cueva. Primero
fue la espeleología; después, la fauna. Por un lado la cavernícola, que
recolectó para otros investigadores. Por otro, los restos fósiles de
especies endémicas con los que reconstruyó la evolución del Myotragus.
Una carrera brillante que acabaría con el hallazgo del resto humano más
antiguo de la Península Ibérica.
Nació en Palma en 1955 y sus inquietudes naturalísticas comenzaron muy pronto. Era sólo un adolescente cuando, a través de la Societat d’Història Natural de Balears, conoció al paleontólogo Juan Cuerda. Las excursiones que realizaron juntos en un Seat 600 le acercaron a la malacología marina y a los estudios del Cuaternario. Sin embargo, su adhesión al Grup Espeleològic Mallorquí reorientarían su interés hacia las cavidades.
Desde aquel grupo, Joan Pons formó parte de una generación pionera que emprendió la catalogación y topografía sistemática de las cuevas de Baleares. La bioespeleología fue, entonces, un paso casi natural desde el que recolectó algunas especies cavernícolas como el escarabajo Reicheia balearica que describiría el mismísimo Francesc Español.
Sin embargo, 1974 sería uno de los años más decisivos en la carrera del mallorquín. Las exploraciones espeleológicas le habían permitido iniciarse en el estudio de mamíferos fósiles. Tenía sólo 19 años cuando presentó, junto a Lluís Roca, un catálogo de yacimientos que contenían restos de Myotragus balearicus. Un endemismo al que, desde entonces, dedicaría la mayor parte de su trabajo.
«Desde que Dorothea Bate descubriera la especie en 1909, apenas habían existido más estudios. El objetivo de Pons fue recomponer la evolución del Myotragus», afirma el director del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont, Salvador Moyà.
El hallazgo del que se dio en llamar Myotragus antiquus, un estadio mucho más primitivo fechado en el Plioceno superior, fue el punto de partida para construir la historia de la especie. Poco a poco los fósiles encontrados durante las diferentes campañas mostraron algunos de los cambios anatómicos experimentados por el Myotragus. Desde mandíbulas de tres incisivos que le alejaban del incisivo único del balearicus, a su similitud con un bóvido continental en el pepgonellae.
Joan Pons continuó sus exploraciones con un ritmo frenético durante los 70 y los 80, y las extendió hasta Menorca e Ibiza. Los trabajos realizados en la primera, en el barranco de Binigaus, le permitieron describir al Myotragus binigausensis. Cuatro serían las etapas identificadas entre 1977 y 1982. A las ya citadas habría que sumar el Myotragus kopperi.
Su dedicación a los vertebrados endémicos fructificó en 1981 con la publicación de la monografía Les quimeres del passat: els vertebrats fòssils del Plio-Quaternari de les Balears i Pitiuses, en colaboración con Josep A. Alcover y el propio Salvador Moyà. «Era un compendio muy completo de todas las campañas realizadas. Hoy en día sigue vigente porque los datos descubiertos a posteriori son muchos menos que los contenidos», explica el director.
Pero desde 1976 Pons mantenía una dedicación paralela. El servicio militar le obligó a trasladarse a Cartagena (Murcia) donde también entraría en contacto con el círculo paleontológico de la zona. Allí conoció un yacimiento del Pleistoceno inferior muy singular: la Cueva Victoria, objeto de sucesivas campañas hasta 1984.
El hallazgo de indicios de fragmentos de cerámica y de restos óseos humanos iniciaron al mallorquín en una nueva faceta: el estudio del proceso de hominización de la Península Iberíca. «Allí encontró el resto humano más antiguo de la Península: la falange mediana del meñique de una mano. Pero el hecho de que fuera un hueso aislado hizo que el descubrimiento quedara por detrás de Atapuerca», señala Moyà.
El mallorquín fue el encargado de estudiar y publicar los resultados del análisis de aquella falange. De vuelta a la Isla, aquella experiencia le llevaría después a colaborar con otros expertos en la investigación de los primeros pobladores del archipiélago.
Sus actividades paleontológicas continuaron hasta la década de los 90. A partir de entonces, su dedicación pasó de los mamíferos fósiles a los moluscos marinos, donde quiso mejorar el conocimiento de las especies de profundidad. Tan hondo como llegaron y calaron sus estudios, de los que hoy la ciencia balear sigue dando cuenta.
Nació en Palma en 1955 y sus inquietudes naturalísticas comenzaron muy pronto. Era sólo un adolescente cuando, a través de la Societat d’Història Natural de Balears, conoció al paleontólogo Juan Cuerda. Las excursiones que realizaron juntos en un Seat 600 le acercaron a la malacología marina y a los estudios del Cuaternario. Sin embargo, su adhesión al Grup Espeleològic Mallorquí reorientarían su interés hacia las cavidades.
Desde aquel grupo, Joan Pons formó parte de una generación pionera que emprendió la catalogación y topografía sistemática de las cuevas de Baleares. La bioespeleología fue, entonces, un paso casi natural desde el que recolectó algunas especies cavernícolas como el escarabajo Reicheia balearica que describiría el mismísimo Francesc Español.
Sin embargo, 1974 sería uno de los años más decisivos en la carrera del mallorquín. Las exploraciones espeleológicas le habían permitido iniciarse en el estudio de mamíferos fósiles. Tenía sólo 19 años cuando presentó, junto a Lluís Roca, un catálogo de yacimientos que contenían restos de Myotragus balearicus. Un endemismo al que, desde entonces, dedicaría la mayor parte de su trabajo.
«Desde que Dorothea Bate descubriera la especie en 1909, apenas habían existido más estudios. El objetivo de Pons fue recomponer la evolución del Myotragus», afirma el director del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont, Salvador Moyà.
El hallazgo del que se dio en llamar Myotragus antiquus, un estadio mucho más primitivo fechado en el Plioceno superior, fue el punto de partida para construir la historia de la especie. Poco a poco los fósiles encontrados durante las diferentes campañas mostraron algunos de los cambios anatómicos experimentados por el Myotragus. Desde mandíbulas de tres incisivos que le alejaban del incisivo único del balearicus, a su similitud con un bóvido continental en el pepgonellae.
Joan Pons continuó sus exploraciones con un ritmo frenético durante los 70 y los 80, y las extendió hasta Menorca e Ibiza. Los trabajos realizados en la primera, en el barranco de Binigaus, le permitieron describir al Myotragus binigausensis. Cuatro serían las etapas identificadas entre 1977 y 1982. A las ya citadas habría que sumar el Myotragus kopperi.
Su dedicación a los vertebrados endémicos fructificó en 1981 con la publicación de la monografía Les quimeres del passat: els vertebrats fòssils del Plio-Quaternari de les Balears i Pitiuses, en colaboración con Josep A. Alcover y el propio Salvador Moyà. «Era un compendio muy completo de todas las campañas realizadas. Hoy en día sigue vigente porque los datos descubiertos a posteriori son muchos menos que los contenidos», explica el director.
Pero desde 1976 Pons mantenía una dedicación paralela. El servicio militar le obligó a trasladarse a Cartagena (Murcia) donde también entraría en contacto con el círculo paleontológico de la zona. Allí conoció un yacimiento del Pleistoceno inferior muy singular: la Cueva Victoria, objeto de sucesivas campañas hasta 1984.
El hallazgo de indicios de fragmentos de cerámica y de restos óseos humanos iniciaron al mallorquín en una nueva faceta: el estudio del proceso de hominización de la Península Iberíca. «Allí encontró el resto humano más antiguo de la Península: la falange mediana del meñique de una mano. Pero el hecho de que fuera un hueso aislado hizo que el descubrimiento quedara por detrás de Atapuerca», señala Moyà.
El mallorquín fue el encargado de estudiar y publicar los resultados del análisis de aquella falange. De vuelta a la Isla, aquella experiencia le llevaría después a colaborar con otros expertos en la investigación de los primeros pobladores del archipiélago.
Sus actividades paleontológicas continuaron hasta la década de los 90. A partir de entonces, su dedicación pasó de los mamíferos fósiles a los moluscos marinos, donde quiso mejorar el conocimiento de las especies de profundidad. Tan hondo como llegaron y calaron sus estudios, de los que hoy la ciencia balear sigue dando cuenta.