Naia era una mujer que vivía en las costas del Caribe mexicano y cuyos antepasados venían de Siberia. Un día cuando tenía 15 o 16 años fue a buscar agua dulce a una cueva por la que también se metían grandes animales para beber, cuando se cayó a un hoyo, se rompió la pelvis y murió.
Desde entonces han pasado casi 13.000 años, pero cuando el venezolano Alberto Nava miró las cuencas negras de la calavera de esta joven del Pleistoceno tardío a través de sus gafas de buzo, todavía no podía ni sospechar que tenía en sus manos
los restos humanos más antiguos de América, el eslabón entre los hombres que llegaron al continente después de cruzar caminando el estrecho de Bering, y los pueblos indígenas americanos actuales, según confirmaron los investigadores esta semana. No obstante, algo intuía el buzo. "El regulador se nos salía de la boca", recuerda.
Era mayo de 2007, cuando los miembros del Proyecto de Espeleología de Tulum (Quintana Roo, México) que llevaban seis meses trabajando en la península de Yucatán entraron en el cenote (ojo de agua generalmente profundo) de La Virgen, unos cien kilómetros al sur de Cancún y a solo ocho de la costa. El objetivo era explorarlo y hacer un mapa.
"Era un día normal. Bajamos por las aguas cristalinas del cenote, llegamos a un túnel, lo recorrimos por más de un kilómetro para mapearlo y de repente encontramos ese pozo gigantesco", explica Nava en declaraciones a EL MUNDO. "El suelo desapareció bajo nosotros y no podíamos ver nada, el hoyo absorbía nuestras luces, por eso lo llamamos Hoyo Negro, era increíble, tan grande, circular... vimos otros dos túneles pero decidimos regresar porque no teníamos equipo para seguir adelante".
Uno de los buzos examina huesos de un animal en el cenote. INAH
Nava y sus dos compañeros Alex Alvarez y Franco Attolini, tardaron dos meses en regresar mejor equipados. "Descendimos por el pozo hasta que encontramos el piso a 55 metros de profundidad, la vista tardó en acostumbrarse a la oscuridad y veía que mis compañeros movían sus luces en todas direcciones.¡Todo estaba lleno de animales!".
"Lo primero que encontramos fue un fémur que estaba totalmente vertical, apoyado contra la pared, despuésuna cadera de un metro de largo, osos, un perezoso gigante, el puma, el gato de dientes de sable...Entonces no sabíamos de qué animales se trataba pero sí que eran muy antiguos, porque veíamos el tamaño. Unos estaban en el piso otros, como el brazo de perezoso, sujeto a la pared".
Creían haber hecho "el descubrimiento del siglo", pero lo mejor estaba por llegar. "De repente Alex nos llama y pone su luz en un cráneo humano, pequeño, negro, estaba como al borde de una repisa, recostado en el húmero, invertido, con los dientes hacia arriba y mucho, mucho material de cristales y sedimentos".
"Desde sus cuencas negras parecía que era la primera vez que miraba a alguien en 10.000 años, aunque entonces ni sabíamos de qué época era. Nos pasamos cinco minutos sin saber qué hacer, yendo de un lado para otro del pozo porque... después de Hoyo Negro, ¿qué más puedes esperar?"
Siete años de investigaciones
Pasaron seis años hasta confirmar que Naia (nombre de la ninfa de la mitología griega con que bautizaron al esqueleto que se halló en la cueva) era el primer americano conocido, años de mucho trabajo interdisciplinar coordinado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH).
"En 2009 reportamos el hallazgo al INAH y comenzamos un proyecto arqueológico conjunto, en el que entrenamos a espeleobuzos y en el que nosotros nos convertimos en las manos y los ojos de los investigadores que estaban en la superficie y que nos enseñaban las tareas a realizar dentro".
Dos buzos exploran las aguas del cenote. INAH
Las inmersiones, siempre grabadas en vídeo, fueron muy complicadas debido a la profundidad y al enorme equipo que había que sumergir. "Solo podemos hacer una inmersión al día porque es muy desgastante la rutina, muy cansado física y psicológicamente".
Un día se bajaba el trípode, otro una mesa giratoria donde colocar las piezas a documentar y con suerte al tercero se podía comenzar la sesión de fotografías. A 50 metros de profundidad el trabajo puede como máximo durar cuatro horas, doce días consecutivos. Luego, a esperar a la siguiente temporada de las cuatro que se hacen al año.
A partir de 2011 Nava y sus compañeros comenzaron a recoger las muestras. "Lo primero que se sacó fue uno de los dientes y una costilla pero tardaron muchísimo en datar el esqueleto porque toda la parte orgánica se sale del hueso, no hay colágeno, no hay aminoácidos. Fue gracias al diente que se consiguió la fecha exacta". Se estima que tiene 12.910 años. El cráneo de Naia es lo único que se ha extraído del lugar, para preservarlo.
Los resultados de los diferentes análisis de ADN mitocondrial salieron en 2013 pero el equipo tardó un año en escribir el artículo de la revista
Science que marcaría un antes y un después en la arqueología mexicana. "Posiblemente nos pasemos la vida en Hoyo Negro, es nuestra responsabilidad y el proyecto
no termina nunca porque cada temporada encontramos nuevos animales. Pero creemos que la zona está llena de capsulas del tiempo como esta".